
No recuerdo el lugar en concreto ni los años que han pasado. No tenía nada previsto ese día en particular. Entre a una tienda, una papelería, buscando algo en que gastar mi pequeña paga para entretenerme en una de las habituales salidas que hacían mis padres y a las que yo y mi hermano nos veíamos obligados a acompañarlos. Cuando ya pensaba en irme, resignado y con las manos vacías, algo llamó mi atención. Algo vistoso, lleno de colores y con hojas como los libros. Era un cómic. No un cómic cualquiera. Un cómic de Spider-man, ese personaje con el que me lo pasaba tan bien viendo sus dibujos animados. Pensaba, por supuesto, en la serie de los 80 -con ese opening tan genial- pero también recordaba aquélla más antigua y bizarra: Spider-man y Sus Asombrosos Amigos (con el Hombre de Hielo y Estrella de Fuego). No era Dragon Ball, que era lo que me fascinaba en aquel momento, pero no estaban nada mal aquellos dibujos animados.
Aún no era un aficionado al cómic. Ni mucho menos un coleccionista. Aunque era más bien una cuestión de presupuesto. Había leído lo que había podido, algún Mortadelo aquí, un Superlópez allá y algún tímido contacto con los primeros mangas que llegaban editados aún en formato comic book o en tomos que por entonces costaban la friolera de 1200 pesetas. Pero aquel cómic, en aquella tienda, despertó algo en mí. En la portada aparecía un Spider-man algo extraño. Mi bagaje sobre el cómic de superhéroes era imposible que me permitiese reconocer a la que después conocería como La Araña Escarlata que en realidad era un tal Ben Reilly. ¡Ni

Así que me decidí y me lleve aquel cómic por unas 695 pesetas de la época. El que resultó ser el número 18 del vol. 2 de Forum que publicaba Spider-man en aquel momento. Por ello, a veces, por masoquista que suene, echo de menos a Forum. Pura nostalgia supongo porque sus ediciones eran de todo menos buenas y eso lo comprobaría pronto con más de un cómic. Pero antes devoré el cómic. Una vez acabado me lo volví a leer. Durante un par de días me lo llevaba a todas partes y lo hojeaba y releía intentando comprender algunas cosas o buscando otra interpretación a un cómic que tampoco tenía tanto que reseñar. No entendía la mayoría de cosas que pasaban en él pero me encantaba. Descubrí un Spider-man que estaba casado con Mary Jane (y yo que creía que no pasarían de amigos con derecho a roce), que iba a ser padre, que tenía un clon, es más, ¡él era el clon! Y aún hoy hay quién dice que es difícil que un nuevo lector se identifique con un Spider-man casado y maduro. Todavía no se han dado cuenta que los nuestros héroes son modelos de lo que nos gustaría ser a nosotros de adultos por lo que no necesitamos que sean niños ni adolescentes con problemas de hormonas para que se establezca un vínculo.
Las historias, escritas por Tom Defalco -al que me empeñe en apodar "desfalco"- y dibujadas por nombres como Sal Buscema, Howard Mackie y Ángel Medina, vistas ahora con perspectiva no se puede decir que fuesen buenas pero, por alguna razón, se me quedaron grabadas. Era un cómic que hablaba sobre identidades. Sobre todo aquello que nos hacer ser nosotros mismos. De saber quién eres y afrontar todo lo que la vida te tire encima. Con aquel cómic descubrí la verdadera esencia de Spider-man que no eran las peleas contra el Chacal o el Duende Verde, ni siquiera con el Dr. Octopus, o el resabido lema de "Todo gran poder

De una extraña manera me identifique con ese Peter Parker que se veía obligado a asumir que su vida, tal como la había conocido, era una falsificación. Le habían robado su propia esencia pero él seguía adelante. Había una cierta épica y una dignidad moral en ese personaje que hasta entonces me era desconocida. En el cine los héroes nunca sufrían tanto. En los libros, en el peor de los casos, les esperaba la muerte. Pero aquello sólo era posible en un cómic y pronto lo entendí. Aunque mi conocimiento del mundo de los superhéroes era más bien superfluo y nunca, hasta entonces, los había visto como seres normales con problemas tan quotidianos como los nuestros propios. Como mucho recordaba las películas del Batman de Tim Burton. Un personaje al que nunca acabe de comprender y con el que tenía nada en común. En cambio, haber sido el Joker... eso sí habría estado bien. Tim Burton ha conseguido que nuestra generación sienta cierta ternura e interés hacía la figura del villano y que desconfiemos de las intenciones del héroe. Porque los héroes no siempre están ahí.
Ver también:
-Spider-man: Cayendo en la Telaraña (II)-
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