28 de mayo de 2009

La SubCultura Zombie -El Muerto Viviente del Siglo XXI-


Cuando se habla de zombies es normal pensar en su génesis contemporánea que George Romero puso de moda en sus películas allá en el lejano 1968 con La noche de los Muertos Vivientes. El reflejo que en ella hacía de unos muertos devoradores de carne es la imagen que ha perdurado, apenas inalterable, en los últimos 40 años en el cine y la cultura popular de finales del siglo XX y principios del presente. Pero estos seres tienen un origen mucho más antiguo, a menudo olvidado, del que encontramos referencias en fechas anteriores a 1804 en las tradiciones de la cultura haitiana. Estas tradiciones, conectadas con la magia vudu, resultan ser una mezcla entre las creencias rituales de los esclavos negros procedentes de África y el cristianismo con el que entraron en contacto al llegar al Nuevo Mundo. Esta nueva religión les ayudo a hacerse fuertes y confabular contra los opresores franceses y conseguir la independencia del país en el ya citado año 1804. En sus orígenes un zombie no era más que una persona que mediante un ritual realizado por un sacerdote vudu queda en un estado de catalepsia, más o menos permanente, a través del cual puede ser totalmente manipulada.

En el cine la aparición de estos seres también es mucho anterior al maestro George Romero. Ya en los años 30 y hasta finales de los años 50 tuvieron cierto auge las películas de terror siendo esta una de sus primeras etapas doradas. Concretamente en el año 1932 se estrenaría la primera película que tocaba esta temática en concreto: White Zombie de Victor Halperin. Esta película, aquí conocida como La Legión de los Hombres sin Alma y con Béla Lugosi en el reparto, esta ligada al origen haitiano de los muertos vivientes. En estas primeras aproximaciones a la figura del zombie estos son presentados como victimas, no son personas malvadas sino seres que actúan bajo la influencia de poderes superiores a ellos, y no sienten ese ansia por comer carne clásica de estos seres en el cine de hoy en día. Será el mencionado George Romero quién, introduciendo estos cambios, nos ofrezca la actualización moderna que tantas horas de entretenimiento nos han provocado. Actualmente, productos como 28 Días Después o [REC], son una manera de acercarse a estos seres desde una perspectiva más humana como también han intentado, de otra manera, comedias como Zombies Party de Edgar Wright o las ya clásicas películas de los inicios de Peter Jackson.

Por otro lado ha sido una tónica a seguir el ambientar las historias sobre estos seres en nuestro presente más cercano como una metáfora, ya presente en la original La Noche de los Muertos Vivientes, sobre nuestra humanidad y nuestra búsqueda de la autodestrucción como especie. Si bien, al parecer, eso esta cambiando en los últimos tiempos: no la metáfora sino el uso de ella o, para ser concretos, "en el momento que se utiliza". En el último año las novelas sobre zombies han copado las listas de ventas, como anteriormente no había ocurrido, con títulos como Zombi: Guía de Supervivencia o Guerra Mundial Z, ambos de Max Brooks, Apocalipsis Z de Manuel Loureiro o Zombie Island de David Wellington. Pero todas estas obras son un claro ejemplo de como el fenómeno zombie ha sido hasta ahora identificado casi en un exclusivo contexto contemporáneo. Y es que el recurso del muerto viviente encaja a la perfección con la presente sociedad capitalista del consumismo y con el pánico al holocausto humano que parece acecharnos cada día, heredado ya desde el período de la Guerra Fría, y como tal se sigue manteniendo vigente.

Un par de casos, anunciados como novedades en los últimos meses, parecen venir a poner ligeramente el concepto patas arriba. La primera propuesta viene de la mano del escritor cómico Seth Grahame-Smith que ha tenido la curiosa idea de convertir la famosa novela Orgullo y Prejuicio de Jane Austen en Orgullo, Prejuicio y Zombies. La idea del autor, que afirma con sorna que Jane Austen en su obra "había dejado las pautas para una novela de zombies", es apenas modificar el texto original para introducir el elemento zombie en una novela romántica de época. Y es que al parecer la autora Jane Austen ha vuelto a ponerse de moda ya que también se ha anunciado la producción para la gran pantalla de Pride and Predator (Orgullo y Depredador). Esta película, que tomará también como partida la misma novela de la autora, introducirá en este caso al famoso personaje de ciencia-ficción y terror que tuvo su primera aparición en 1987 en la película Depredador que protagonizaba Arnold Schwarzenegger. A esto se ha de añadir que se algunos estudios están ya en negociaciones para hacerse con los derechos para adptar Orgullo, Prejuicio y Zombies.


En España no ibamos a ser menos en este aspecto y en las últimas semanas ha aparecido en internet un escrito que lleva por título La Casa de Bernarda Alba Zombi (podéis cotillearlo aquí) que en apariencia firma el mismísimo Federico García Lorca autor de la obra teatral original estrenada por primera vez en 1945 y escrita posiblemente en 1935. Esta versión "zombificada" ha sido presentada como real a raíz de una supuesta introducción de la futura publicacion de la obra por parte de la editorial Cátedra donde con todo lujo de fechas y detalles se intenta explicar la notable influencia que la película La Legión de los Hombres sin Alma produjo en el círculo intelectual del autor -formado entre otros, no lo olvidemos, por Salvador Dalí, Luis Buñuel y el "artista sin obra" Pepín Bello- y que daría como fruto una obra adelantada a su tiempo, incluso a la imaginación de George Romero, perpetrada realmente en la cabeza de Pepín Bello. Posteriormente Federico García Lorca, tomando lo escrito por Pepín Bello, retocaría la obra eliminado en el "montaje final" cualquier referencia a una posible plaga de muertos vivientes en la Península Iberica.

Todo esto sólo viene a refrendar que la figura del zombie se ha convertido en un icono de nuestro tiempo y que aún tiene mucho por decirnos a corto y largo plazo. Su carga simbólica sigue intacta y, quizás, en un tiempo donde abundan seres que antaño nos parecían temibles como son vampiros u hombres-lobo y que ahora vagan por películas de gran presupuesto, como superhéroes de turno o héroes románticos al uso, sean los únicos monstruos que siguen pareciéndonos aterradores y que consigue remover algo dentro nuestro. Más allá de la vuelta de tuerca que suponen como paradoja de la inmortalidad y la muerte. Simplemente, como decía uno de los personajes del cómic de Los Muertos Vivientes de Robert Kirkman, aún no nos hemos dado cuenta de que tal vez los muertos vivientes seamos nosotros mismos. Para finalizar, sólo una advertencia, nunca confundáis a un muerto viviente con un simple infectado. Vuestra vida puede depender de ello.

17 de mayo de 2009

Reflexiones y Citas "Extraordinarias"


"Las vidas de la gente sí pasan delante de sus ojos antes de morir.
El proceso se llama vida."


Terry Pratchett, El País del Fin del Mundo

-Tomorrow Stories de Alan Moore y Amigos-


A
finales de los años 90 después de escribir algunos números para WildC.A.T.S. de la editorial Wildstorm, Alan Moore, animado por Jim Lee -fundador del sello Wildstorm- crearía la línea America´s Best Comics en la cual, de la propia mente del genio de Northamptom, aparecerían las historias de Tom Strong, Promethea, The League of Extraordinary Gentlemen, Top Ten y, finalmente, Tomorrow Stories. Todo ello respondía, según Alan Moore, a la necesidad del autor de "escribir literatura escapista para chicos de trece años y no basura oscura y violenta para tipos de cuarenta y tantos". Dice la leyenda urbana que, de hecho, Alan Moore creó la línea America´s Best Comics en un fin de semana. Posteriormente Jim Lee vendería Wildstorm a DC Comics, con los que no se puede decir que Alan Moore se llevase especialmente bien, y con los que tendría sus más y sus menos hasta día de hoy y que acelerarían su decisión -siempre postergada- de convertirse en mago a tiempo completo.

Dentro de la línea America´s Best Comics, la mencionada Tomorrow Stories, es una antología de historias cortas con diversos personajes protagonistas. El elenco de creaciones ideadas por Alan Moore lo forman Jack B. Quick (El Niño Inventor) dibujado por Kevin Nowlan; Greyshirt con Rick Veitch; The First American and U.S.Angel junto a Jim Baikie; The Cobweb en colaboración con su esposa Melinda Gebbie y Splash Brannigan (El Vengador Indeleble) con Hilary Barta. En cada número son cuatro de estos personajes los que toman la batuta, a capricho del autor y disponibilidad de los dibujantes, para contarnos -habitualmente- sus disparatadas y geniales historias. A tener en cuenta las portadas de cada número que son indicativo de lo que la obra en conjunto representa: un derroche de imaginación e historias llenas de cinismo y experimentación muy recomendables y agradables de leer. La obra, ya terminada, se compone de un total de 12 números, con 2 especiales, que Norma Editorial ha publicado aquí como obra completa en dos volúmenes de tapa dura a 16,00 € cadauno (excluyendo los 2 especiales que no sabemos si serán publicados en algún momento).

Tomorrow Stories es un cómic donde encontraremos a un Alan Moore totalmente desatado que da rienda suelta a todas sus filias y se ríe de casi todo que se preste a serlo. Muchas de las historias que se incluyen en estos números son para enmarcar: historias entretenidas, muy bien pensadas, planteadas como un homenaje a la propia génesis del cómic, de las tiras periodísticas, y de sus géneros o tópicos recurrentes de este, y un laboratorio de experimentación que hace que cada historia de cada número sea única en algún aspecto. Además el autor se sirve de estas historias para realizar una crítica inteligente a la propia industria del cómic y a la sociedad que nos ha tocado vivir. De esta manera podemos decir que cada personaje tiene su propio atractivo y su propio estilo particular. Como siempre Alan Moore sabe elegir al dibujante perfecto para cada obra en la que participa lo que hacen que nos peguemos a sus viñetas y devoremos sus historias. En cuanto a los personajes que componen la galería de Tomorrow Stories y entrando en detalle sobre ellos tenemos lo siguiente:

Jack B. Quick que cuenta las historias de un niño inventor en el pequeño -pero eminentemente culto- pueblo de Queerwater Creek. El ingenio de Jack B. Quick le hace sentir la necesidad de buscar lagunas en la teoría de la relatividad de Einstein para acabar creando un pequeño universo dentro de su pueblo, descubrir que la luz no sigue una línea recta, violar la ley de la gravedad con un gato y un poco de mantequilla o terminar por salirse de la propia realidad de las páginas de su cómic. La manera en que Alan Moore retuerce las ideas científicas presentes en este cómic, creando historias realmente disparatadas e hilarantes, es simplemente increíble. Alan Moore la calificó como "un conjunto de sueños rústicos sobre la tecnología, sobre la civilización vista de lejos". Sea como sea Jack B. Quick es de las mejores creaciones que podemos encontrar en Tomorrow Stories y el dibujo de Kevin Nowlan es quizás el más atractivo y completo, a la par que sencillo, del resto de artistas que encontraremos en la serie.

Greyshirt es un descarado homenaje, por obvio, a personajes como La Sombra o The Spirit de Will Eisner, su más claro referente con el que guarda incluso una estética similar. Con Greyshirt Alan Moore asimila el estilo y las intenciones de Will Eisner en casi todos los aspectos. Las historias de este personaje son, en su mayoría, pequeñas piezas de relojería donde muchas veces el propio personaje no suele ser el protagonista ni el eje central por el que se mueve la aventura. Cada capítulo nos presenta a Greyshirt, un misterioso personaje que después de haber sido dado por muerto se dedica, bajo su identidad secreta, a ayudar a la policia a combatir el crimen de Indigo City. Bajo este sucedáneo de la obra de Will Eisner Alan Moore nos relata historias donde aplica todo tipo de recursos narrativos y técnicas, que ya utilizó el historietista estadounidense en los años 50, para servirse de todas las posibilidades artísticas que puede ofrecer un medio como el cómic. El dibujo de Rick Veitch es desgarbado y simple a la vez que elegante y recuerda poderosamente al empleado por el propio Will Eisner.

The First American y U.S.Angel es una caricatura en plan sátirico de la sociedad moderna y al cómic mainstream, con un par de superhéroes patrióticos y absurdos hasta la extenuación como protagonistas que representan lo peor de la cultura estadounidense. Alan Moore critica abiertamente en sus viñetas la televisión basura, las leyes educativas y la violencia en las aulas, el consumismo exarcebado de los paises del primer mundo o las prácticas comerciales de las grandes editoriales del mundo del cómic. Las historias de The First American y U.S.Angel tienen un humor hiriente y punzante a la par que absurdo cuyo estilo es el más constante y menos experimental de los personajes de Tomorrow Stories. Pero, no por ello, deja de ser interesante leer sobre la visión que Alan Moore tiene de las cosas. En el apartado gráfico el dibujo de Jim Baikie recuerda al cómic de superhéroes de los años 90 a los que siempre ha culpado el autor de "matar" la novela gráfica.

The Cobweb es quizás la serie más experimental de todas, nunca llega a presentarse un formato concreto para ella y, realmente, se puede decir que es una serie que intenta desligarse del cómic tradicional "trascendiéndolo". Para ello Alan Moore nos presenta su trabajo más personal de todos las que incluye el recopilatorio y el más cercano, quizá, a su forma de entender la magia como tal. Para ello, ayudado por los lápices de Melinda Gebbie, se sirve de variados y llamativos recursos que van desde la recreación de grabados antiguos, a relatos donde predomina la prosa sobre el dibujo, de páginas en blanco y negro o en los que el apartado gráfico presenta un trazo más cartoon. Alan Moore consigue así encontrar formas alternativas de entender el cómic. La serie, con un marcado tono pin-up, toma como excusa las vivencias de una sensual justiciera de Indigo City y su ayudante y amante Clarice. Quizá Alan Moore calificaría a su creación de "pornografía post-femenista", por el latente aunque sútil tratamiento sexual que inunda siempre el cómic, como ya hizo con su obra Lost Girls, también con Melinda Gebbie, a la que The Cobweb recuerda en casi todo.

Finalmente encontramos a Splash Brannigan, una serie llena de sarcasmo cuyos dardos punzantes van dirigidos, principialmente, hacía la industria del cómic pero también al arte moderno o al cine. Con un tono similar a The First American y U.S.Angel y con un dibujo aún más caricaturesco que el de esta serie en este caso obra de los lápices de Hilary Barta. Splash Brannigan es un superhéroe atípico que no resulta ser más que una mancha de tinta de forma antropomorfa creada por accidente por un dibujante loco de cómics cuando buscaba la fórmula para una nueva tinta que le permitiría manipular la materia tridimensional. Sin duda, de todo el elenco de Tomorrow Stories, el personaje más absurdo y delirante de los creados por Alan Moore que en sus manos hace que cobre sentido esa máxima que dice que la pluma es más fuerte que la espada.

En definitiva, Tomorrow Stories, es una propuesta muy interesante de la que Alan Moore se sirve para contar historias aparentemente sencillas a la vez que complejas y maravillosamente escritas y concebidas en la línea que acostumbra el de Northamptom. Un recopilatorio de historias cortas que es una delicia tanto en la forma como en el fondo llenas de imaginación y buen hacer. Lástima que sólo se publicasen 12 números y que actualmente Alan Moore este prácticamente retirado del mundo del cómic salvo por pequeñas excepciones como The League of Extraordinary Gentlemen que aún se sigue publicando. Tomorrow Stories es una pequeña obra no tiene nada que envidiar a otras más reconocidas del autor y quién se acerque a ellas seguro que no quedará defraudado porque son sinónimo de calidad. Una buena alternativa para el cercano Salón del Cómic de Barcelona ahora que Norma acaba de editar el segundo volumen que completa la obra.



15 de mayo de 2009

Spider-man -Cayendo en la Telaraña (II)-


Unos años después, en las páginas finales de aquel cómic, pude captar el homenaje que la historia hacía a una historia clásica del personaje que por entonces, por supuesto, desconocía. Basta de Hacer el Héroe, como se llamaba aquel capítulo, era un guiño al mítico número 33 de la etapa clásica de Stan Lee y Steve Dikto que tenía por título, precisamente, Capítulo Final. En este, Peter Parker, dirigiéndose al lector, lo dejaba muy claro en aquel momento: "Se acabó. ¡Por fín! Ya no más trepar muros y lanzar redes. Mi época como tu superhéroe, amigo y vecino ha pasado a la historia. El futuro es ahora de Ben Reilly". De haber leído esa historia hoy podría haber relacionado esa historia inmediatamente con el número 50 de serie clásica que crearon Stan Lee y Romita Sr. que, también con título rimbobante, anunciaba El Fín de Spider-man. La misma historia, en esencia, que Sam Raimi contaría bastantes años después en la segunda parte de adaptación moderna de Spider-man a la gran pantalla.

El caso es que Peter Parker le ofrecía su traje a Ben Reilly, mientras yo maldecía el haber llegado sólo para asistir al final de aquella serie, pero Ben Reilly lo rechazaría. "Voy a asumir la responsabilidad, pero no me he ganado el traje" le diría en aquel momento a su más que hermano. Peter Parker, clon o no, se retiraba. Iba a ser padre y tenía la más grande responsabilidad entre manos. Ben Reilly era el nuevo Spider-man (como rezaría luego en los propios tomos que publicaría Forum). Aquello era una commoción para mí así que no podía imaginar que pensaría un fan de toda la vida del personaje aunque me hubiese encantado encontrar a alguno de ellos entonces y que me lo dijese. Recuerdo que me tuve que conformar con perseguir a mis amigos de casi toda la vida, que de cómics andaban igual de pez que yo, al grito de "¡Tío, Spider-man ya no es Spider-man!" pero reaccionaban con indiferencia o sin saber que responder mientras esperaban pacientes mientras les contaba la historia que había leído de principio a fín con todo mi entusiasmo.


No pude continuar con la serie durante mucho tiempo. No porque no lo desease sino porque, simplemente, el tema económico no me lo permitía. Pero la chispa ya había saltado. Poco después empecé a hacerme con material antiguo y compraba la serie regular cuando podía. Leí historias clásicas como la muerte de Harry Osborn, las primeras apariciones de Veneno y Matanza, historias como Triumfo y Tragedia o La muerte de Gwen Stacy. Tiempo después pude leer la etapa clásica de Stan Lee y Romita Sr. antes mencionada y posteriormente los números originales con Steve Dikto, pude recuperar cómics de la ya pasada Saga del Clon y leer algunas de las mejores historias del personaje como La Última Cacería de Kraven o la emotiva El Chico que Coleccionaba a Spider-man. Hasta la actualidad en la que, después de unas etapas bastantes malas, ese recién llegado que era J.M. Straczynski volvía a hacerme ilusionar con el personaje. Y luego llegaría la oscuridad, ese nuevo día editorial que marca el devenir de la serie hoy en día, donde ese Spider-man se acabó rindiendo, ya no quería seguir luchando, y pactando con el mismo diablo.


Y entre medias de todo aquello leí los últimos capítulos de la famosa Saga del Clon en las cuales se producía un nuevo giro: ¡Peter Parker no era el clon y todo era obra de Norma Osborn! Aunque me tendría que haber parecido un giro previsible la verdad es que aquel broche me pareció perfecto para la historia que durante tanto tiempo habían ido barajando los guionistas de la Casa de las Ideas. Aún así, ver morir a Ben Reilly no me gustó, fue algo que me entristeció pues, de alguna forma, yo había empezado a conocer e interesarme en Spider-man gracias a él. Aquel día que entre en una tienda, sin buscar nada en concreto, y salí con un cómic en cuya portada se encontraba aquel Spider-man tan extraño. Aquel día en que comprendí que los héroes sufren de verdad y que siempre hay que darlo todo pues nunca se sabe donde puede que encuentres, algún día, algo que no esperabas que te cambiase la vida. Lo demás es querer aferrarse demasiado a la realidad.


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Los Años Perdidos


Spider-man -Cayendo en la Telaraña (I)-


No recuerdo el lugar en concreto ni los años que han pasado. No tenía nada previsto ese día en particular. Entre a una tienda, una papelería, buscando algo en que gastar mi pequeña paga para entretenerme en una de las habituales salidas que hacían mis padres y a las que yo y mi hermano nos veíamos obligados a acompañarlos. Cuando ya pensaba en irme, resignado y con las manos vacías, algo llamó mi atención. Algo vistoso, lleno de colores y con hojas como los libros. Era un cómic. No un cómic cualquiera. Un cómic de Spider-man, ese personaje con el que me lo pasaba tan bien viendo sus dibujos animados. Pensaba, por supuesto, en la serie de los 80 -con ese opening tan genial- pero también recordaba aquélla más antigua y bizarra: Spider-man y Sus Asombrosos Amigos (con el Hombre de Hielo y Estrella de Fuego). No era Dragon Ball, que era lo que me fascinaba en aquel momento, pero no estaban nada mal aquellos dibujos animados.

Aún no era un aficionado al cómic. Ni mucho menos un coleccionista. Aunque era más bien una cuestión de presupuesto. Había leído lo que había podido, algún Mortadelo aquí, un Superlópez allá y algún tímido contacto con los primeros mangas que llegaban editados aún en formato comic book o en tomos que por entonces costaban la friolera de 1200 pesetas. Pero aquel cómic, en aquella tienda, despertó algo en mí. En la portada aparecía un Spider-man algo extraño. Mi bagaje sobre el cómic de superhéroes era imposible que me permitiese reconocer a la que después conocería como La Araña Escarlata que en realidad era un tal Ben Reilly. ¡Ni más ni menos que un clon de Peter Parker! También me llamo mucho la atención en aquel momento el eslogan pomposo y grandilocuente que rezaba en la portada: El Fín de una Era. En mi inocencia pensé, ¿este es el último cómic de Spider-man? ¡Tengo que tenerlo! ¡Tengo que leerlo y contárselo a todo el mundo!

Así que me decidí y me lleve aquel cómic por unas 695 pesetas de la época. El que resultó ser el número 18 del vol. 2 de Forum que publicaba Spider-man en aquel momento. Por ello, a veces, por masoquista que suene, echo de menos a Forum. Pura nostalgia supongo porque sus ediciones eran de todo menos buenas y eso lo comprobaría pronto con más de un cómic. Pero antes devoré el cómic. Una vez acabado me lo volví a leer. Durante un par de días me lo llevaba a todas partes y lo hojeaba y releía intentando comprender algunas cosas o buscando otra interpretación a un cómic que tampoco tenía tanto que reseñar. No entendía la mayoría de cosas que pasaban en él pero me encantaba. Descubrí un Spider-man que estaba casado con Mary Jane (y yo que creía que no pasarían de amigos con derecho a roce), que iba a ser padre, que tenía un clon, es más, ¡él era el clon! Y aún hoy hay quién dice que es difícil que un nuevo lector se identifique con un Spider-man casado y maduro. Todavía no se han dado cuenta que los nuestros héroes son modelos de lo que nos gustaría ser a nosotros de adultos por lo que no necesitamos que sean niños ni adolescentes con problemas de hormonas para que se establezca un vínculo.

Las historias, escritas por Tom Defalco -al que me empeñe en apodar "desfalco"- y dibujadas por nombres como Sal Buscema, Howard Mackie y Ángel Medina, vistas ahora con perspectiva no se puede decir que fuesen buenas pero, por alguna razón, se me quedaron grabadas. Era un cómic que hablaba sobre identidades. Sobre todo aquello que nos hacer ser nosotros mismos. De saber quién eres y afrontar todo lo que la vida te tire encima. Con aquel cómic descubrí la verdadera esencia de Spider-man que no eran las peleas contra el Chacal o el Duende Verde, ni siquiera con el Dr. Octopus, o el resabido lema de "Todo gran poder conlleva una gran responsabilidad", sino el simple hecho de no rendirse nunca y darlo todo porque, sencillamente, la vida no te da otra opción. Supongo que para un niño como yo, a pesar de lo oscuro que resultaban las páginas de Sal Buscema, era algo que venía a llenar un hueco que hasta entonces permanecía vacío. Siempre necesitamos modelos a seguir y no siempre pueden ser reales. Necesitamos más a la ficción de lo que ella nos necesita a nosotros para cobrar vida.

De una extraña manera me identifique con ese Peter Parker que se veía obligado a asumir que su vida, tal como la había conocido, era una falsificación. Le habían robado su propia esencia pero él seguía adelante. Había una cierta épica y una dignidad moral en ese personaje que hasta entonces me era desconocida. En el cine los héroes nunca sufrían tanto. En los libros, en el peor de los casos, les esperaba la muerte. Pero aquello sólo era posible en un cómic y pronto lo entendí. Aunque mi conocimiento del mundo de los superhéroes era más bien superfluo y nunca, hasta entonces, los había visto como seres normales con problemas tan quotidianos como los nuestros propios. Como mucho recordaba las películas del Batman de Tim Burton. Un personaje al que nunca acabe de comprender y con el que tenía nada en común. En cambio, haber sido el Joker... eso sí habría estado bien. Tim Burton ha conseguido que nuestra generación sienta cierta ternura e interés hacía la figura del villano y que desconfiemos de las intenciones del héroe. Porque los héroes no siempre están ahí.


Ver también:
-Spider-man: Cayendo en la Telaraña (II)-

14 de mayo de 2009

Cine Om -Star Trek de J.J. Abrams-


¡Teletranspórtame, Scotty!
La de veces que había escuchado citada esa frase fuera de contexto, incluso en más de una película, sin comprender realmente su verdadero significado. Resulta que nunca me han llamado mucho la atención las películas u historias sobre naves espaciales, guerras intergalácticas, el espacio como única frontera y la ciencia-ficción de refente pulp que es donde yo englobo sagas como Star Wars o la propia Star Trek. De esta última me tengo que declarar como un total desconocedor, una saga a la que nunca me he acercado, salvo en sus referencias más puramente culturales. Dicho esto no quiero decir que cada cierto tiempo, o puntualmente, pueda encontrar cosas buenas en estos títulos y disfrutarlos como puro entretenimiento si la historia se entrega a ello. Como muchos, a juzgar por las reacciones en internet, Star Trek (2009) es una película que nos llamó la atención a muchos, ya desde sus primeros trailers, que como yo no tienen un gran conocimiento del mundo trekkie.

Ese ha sido el gran acierto de J.J. Abrams: saber hacer llamativa una saga que lleva viva más de 40 años para las nuevas generaciones. El segundo acierto: realizar una película entretenida y fresca como ya pocas veces abundan en este tipo de superproducciones que suelen naufragar en un mar de efectos especiales, de clichés y tópicos y malos guiones. Y es que lo que antaño se llamaba cine de aventuras hoy prácticamente ha desaparecido y lo que nos queda son los ecos de su acción. Pero en el caso de Star Trek, sin ser un producto redondo, estas cosas se dejan a un lado porque por momentos me ha hecho recordar ese tipo de aventuras de antaño donde el protagonista siempre se encontraba en movimientos: luchando ahora contra monstruos, huyendo de un ejército de enemigos, siendo embrujado por el camino y todo lo que diese de sí la imaginación del guionista de turno. Hablo de títulos como la trilogía original de Indiana Jones, Golpe en la Pequeña China o Willow (que aunque no sea santo de mi devoción es de reconocer que es una película de culto).

Lo primero que pensé mientras estaba viendo la nueva película de J.J. Abrams, director y creador del que espero más en el futuro, sobre todo en su primera parte, es que me recordaba a El Juego de Ender de Orson Scott Card. Luego reflexioné y la lógica me dijo que seguramente era El Juego de Ender quién estaba influído por las antiguas películas y series de Star Trek. Luego deje de pensar y me decidí simplemente a disfrutar de la película. Esta nueva película de la saga, la que sería Star Trek XI, es un reinicio en toda regla de las historas de la Enterprise que, a su vez, funciona de precuela. Este intento de satisfacer a los veteranos y al nuevo público es loable, a pesar de que suele dar como resultado malos experimentos, en este caso funciona en gran medida. La película esta llena de referencias y homenajes, más o menos sútiles, a la historia de la saga que los veteranos lo agradecerán (o no) y los nuevos espectadores pueden disfrutar sin más del metraje. Si a eso añadimos unos personajes carismáticos, interpretados con fuerza por actores de nuevo cuño como Chris Pine en su rol de el Capitán Kirk, Zachary Quinto como Spock o Karl Urban como el Dr. Leonard McCoy (con un reparto en general con bastante química), un humor fresco con algún momento hilarante, filosofía muy ligera, viajes en tiempo, acción trepidante y una atractiva propuesta visual, Star Trek no defrauda.

La banda sonora de Michael Giacchino consigue lo que toda banda sonora debe conseguir en una película de estas características: realza las virtudes de la película y enmarca las mejores escenas de esta. La "starwarización" en ciertos aspectos de la historia son evidentes, incluso más allá de algún guiño pasajero, por su "huída" hacía la espectacularidad y la simplificación de la carga metafísica respecto de películas anteriores. Aquí el conflicto de los personajes suele ser más moral y personal. Y aun así Star Trek es un logro allí donde la última nueva trilogía de George Lucas acostumbraba a caer en un popurrí de efectos especiales vacios y sin alma (a excepción de La Venganza del Sith). Y eso que, en el caso de Star Trek, la saga carga con un puñado de películas e historia a sus espaldas que podría haber sido un lastre para los guionistas. Aunque el producto se puede mejorar, la actualización, hoy por hoy, es correcta y efectiva. Siempre se puede pedir más: Eric Bana como villano no tiene la relevancia que debería tener, faltan algunos momentos de pausa entre tanta acción trepidante o se podría haber aprovechado más algunas situaciones que daban más juego pero que se resuelven demasiado apresuradamente. Pero, en definitiva, podemos desearle a esta nueva refundación de Star Trek sólo una cosa: ¡Larga vida y prosperidad!

11 de mayo de 2009

Déjame Entrar -La Esencia del Vampiro-


¡Atención posibles y reveladores spoilers!

La figura del vampiro es uno de los arquetipos más antiguos sobre lo maligno, del miedo humano a lo desconocido, que existen. Presente, de una manera u otra, en todas las culturas del mundo, en todas las civilizaciones que ha conocido la humanidad desde sus orígenes, perpetuado en el imaginario popular y el folklore de todas las épocas históricas conocidas por el ser humano y referenciado desde las religiones y mitologías más primitivas a las más influyentes y persistentes. Se puede decir que, en verdad, el vampiro es un ser inmortal a tenor de todo ello. En el cine el vampiro ha estado presente casi desde la misma génesis del séptimo arte, como sólo un ser que ha vencido el tiempo podría hacer, siendo la ya mítica Nosferatu con Max Schreck, filmada en 1922 por F.W. Murnau, la primera aparición conocida en fotogramas de este ser. Una versión apócrifa del Drácula de Bram Stoker, con personalidad propia y que posiblemente siga siendo la mejor adaptación que se le ha hecho al personaje. En el cine actual la figura del vampiro se ha banalizado, se ha desprendido de ella no sólo el componente romántico, casi sexual, que le otorgaron iconos como Bela Lugosi o Christopher Lee, sino que casi se ha desprendido de su, antaño indisoluble, naturaleza demoníaca en favor de una suerte de humanidad imposible. El resultado es una nueva y cansina metáfora del "nietzscheano" superhombre que pulula, o malvive, entre el cine de superhéroes y las resabidas trilogías de títulos éxitos en taquilla como Blade o Underworld.

Antes, en 1994, se estrenaba Entrevista con el Vampiro de Neil Jordan, basada en la novela del mismo título de Anne Rice, con un Tom Cruise irreconocible e impresionante en quizás la última película verdaderamente reseñable en la que han aparecido estos seres. Los vampiros de Anne Rice son nuestros álter egos contemporáneos, una suerte de vampiros con alma, emparentados con la concepción de los dioses grecolatinos: entes por encima de la humanidad que a su vez son esclavos de esta misma. Llenos de los mismos defectos y virtudes humanos, de los vicios, de la pasión y el amor, gozan de su divinidad mientras el tiempo se desprende de ellos. El romanticismo se sobrepone al terror, la sangre sigue presente pero el miedo se difumina en toda una gama de grises. Desgraciadamente muchos productos actuales, que intentan venderse como reformadores de la figura vampírica, crepúsculos varios y sucedáneos, recogen este romanticismo olvidando por el camino todo lo que la icónica figura del vampiro representa y aporta al imaginario popular. Nuestros miedos más primigenios a la vez que los deseos más oscuros y anhelados de inmortalidad de nuestras alma se encuentran en un mismo tramo del camino en la figura del vampiro. En cambio, este tipo de producciones, nos dejan sólo romances rancios, fríos y superfluos donde la salida siempre es la misma: el amor inmortal, tema que ya tocó Francis Ford Coppola en su Drácula (no el de Bram Stoker como se vendió la película en su momento), en detrimento de la profundidad y poderosa psicología que ya se plasmaron en su momento en las teorías más freudianas de, entre otros, Carl Jung.

Afortunadamente las modas pasan pero la figura del vampiro las sobrevivirá a todas y su apariencia persistirá bajo sombras y formas que sólo el tiempo conocerá. Mientras tanto, cada cierto tiempo, el cine nos demuestra que sigue amando una figura que tantos buenos ratos (o malos según se mire) nos ha hecho pasar. La última muestra de ello se llama Déjame Entrar (Låt den rätte komma in en el original) una película dirigida por Thomas Alfredson basada a su vez en el libro del mismo título del autor John Ajvide Lindqvist que, además, participa del guión cinematográfico. Ampliamente alabada, no sin razón, en el Festival de Sitjes y con más de un premio bajo el brazo, Déjame Entrar es una propuesta de lo más interesante. Estamos ante una fábula como las que posiblemente dieron vida hace miles de años al mito del vampiro y que se movían de aldea a aldea atemorizando a buenas gentes y estimulando su capacidad para la superstición. Un cuento de hadas terrorífico y una, por así decirlo, carta de amor a la esencia del vampiro llena de poesía visual y lirismo. Y, por que no, una historia de los tiempos que corren y de como los mitos perduran. Una historia inmortal que sobrevive en nuestra retina durante mucho tiempo después de haber sido vista como se le debe pedir a una buena historia de terror.

Déjame Entrar se sitúa a principios de la década de los 80 y cuenta la historia de Oskar (interpretado por Kåre Hedebrant), un chico solitario y triste de los suburbios de Estocolmo, de padres separados, acosado por sus compañeros de escuela y al que le gusta coleccionar recortes de periódico de crímenes violentos. Pronto se muda a su mismo bloque de apartamentos una extraña chica llamada Eli (una magnífica Lina Leandersson) de piel pálida y ojos penetrantes que pronto capta la atención de Oskar. La amistad entre ambos surgirá, ayudándose mutuamente a superar sus respectivas soledades, aún a pesar del asombroso descubrimiento que pronto realizará Oskar: Eli es en realidad un vampiro. Es ese retrato que hace de la soledad Thomas Alfredson, presente durante todo el metraje de una forma casi opresiva, lo primero que choca contra el espectador, por lo desolador de la propuesta que se refleja a la perfección en su estética y su estilo pausado y sosegado que recuerda, y no sólo por ese fantástico paisaje nevado, al Fargo de los Coen. También puede recordar productos recientes del cine palomitero o "pseudovampíricos" como 30 Días de Noche (rescatable) o Los Guardianes de la Noche (aborrecible) aunque, para nuestra suerte, Déjame Entrar resulta un propuesta totalmente alejada de estas guardando sólo alguna ligera similitud fotográfica y resultando un producto más fresco.

La historia por momentos presenta al vampirismo casi como una anécdota dentro de la trama por el componente social que esta carga sobre sus espaldas aligerado, eso sí, respecto al libro donde se tratan otros temas de forma más explícita como la pedofilia, las drogas o la prostitución que en la película están presentes de una forma solapada pero muy atractiva que nos permite hacer varias lecturas o interpretaciones sobre la obra después del primer visionado. La relación de Eli con su protector Hakam, por ejemplo, esconde más de lo que en apariencia hay y se intuye en contadas escenas, miradas o gestos de los actores. En beneficio de contar una historia más íntima, con una sencillez pasmosa, se prescinden de estos otros temas para contar una atípica historia de amor liberada de cualquier sentimentalismo barato posible o sobreexceso narrativo. Los personajes resultan humanos y la historia resulta fantástica, sin ser irreal, debido a que el vampirismo se trata como si de un tema social más se tratase. Thomas Alfredson toma algunos de los mitos respecto a los vampiros y los cuenta desde una perspectiva, humana y mágica al mismo tiempo, pocas veces vista en una película del género. Se desentiende de otros aspectos recurrentes menos líricos, menos subversivos y más utilizados, a la par que clásicos, como el ajo, las cruces o las estacas intentando no caer en los tópicos recurrentes del género. En relación a esto resulta llamativa la ausencia del tema religioso a lo largo de la película, elemento casi predominante en la mayoria de películas sobre vampiros, sustituido por un componente mágico más sútil y atractivo.

El título de la película, Déjame Entrar, nos hace alusión a un aspecto de la mitología vampírica realmente poco explorado. Las superstición según la cual un vampiro no puede entrar en una casa habitada sino es invitada a ella. Thomas Alfredson nos da una explicación a este hecho, no racional por supuesto, sino siguiendo la tónica del mito y enseñandonos que aún puede dar mucho se sí. Esto nos permite asistir a una de las escenas más terroríficamente bellas de la película cuando Eli atraviesa el umbral de la puerta de la casa de Oskar sin permiso y empieza a sangrar por todos los poros de su cuerpo. Con la misma delicadeza se nos relatan otros pasajes relacionados con el imaginario vampírico. Los vampiros no sienten frío porque, como dice Eli, lo han olvidado. No pueden alimentarse de nada que no sea sangre, aquello que les da la vida, porque las consecuencias suelen ser indigestas. No soportan la luz de sol y los gatos los temen porque el vampiro lleva una bestia dentro de él, perfectamente retratado en la película cuando Eli no puede reprimirse ante la sangre que Oskar exhibe en su mano, que les cambia la voz y la fisionomía ante la necesidad. Cabe destacar el acertado y sútil uso de los efectos especiales para enriquerer la historia y no lo contrario como suele ocurrir en otras películas.


Oskar: ¿No tienes frío?
Eli:
No.
Oskar:
¿Por qué no?
Eli:
Habré olvidado cómo se hace.


Con igual maestría se relatan otro tipo de escenas de excelente factura como la comunicación a través de las paredes de Oskar y Eli mediante el código Morse o el momento en que Hakam le cede su vida a Eli en el hospital como sacrificio (entendemos que de amor). Especialmente destacable es la escena de Oskar y Eli en la cama del primero cuando ella le asegura no ser una niña y él no sabemos si la cree pero no parece darle importancia, pero que resulta ser un detalle que se escapa tanto al protagonista como al espectador y que se revela más adelante en la trama como un hecho remarcable. Eli no mentía, no es una niña sino un niño que, según la novela, fue castrado hace 200 años. Esos detalles se iban a contar en flashbacks, como sucede en el libro, pero finalmente se prescindió de ellos lo que al parecer otorga una linealidad más interesante al relato que juega con tal misterio. Aún así, el destino de Oskar y Eli esta sellado desde el principio de la película, y queda grabado en ese beso sangriento al que ninguno de los dos hace ascos (la sangre es la única vida que puede ofrecerle Eli y los dos lo saben) y esa matanza, tan perturbadoramente bella, en la piscina del colegio. La fotografía, unida a la banda sonora, nos hacen creer que el frío que vemos en la pantalla es verdadero y es tan plástico que casi lo sentimos igual que sentimos la hermosa y la vez tremendamente nostálgica y triste historia de amor entre Oskar y Eli.


La película nos retrotrae al vampirismo primigenio o a obras como el anteriormente mencionado Nosferatu de F.W. Murnau, por su modestia propuesta a la que vez que poderosa en lo visual y simbólico, y las películas de Theda Bara de la que Lina Leandersson, que da una réplica ejemplar a la Claudya de Kristen Dunst en Entrevista con el Vampiro, parece una versión en miniatura. Incluso, porque no, se puede decir que es una versión más adulta de las novelas de carácter infantil de El Pequeño Vampiro de Angela Sommer-Bonderburg. Respecto al libro de John Ajvide Lindqvist se puede decir que la película de Thomas Alfredson resulta un complemento a esta por lo que se desprende de las declaraciones de su autor que ante el inminente anuncio de un innecesario remake norteamericano ha anunciado que, al menos, le gustaría que la propuesta fuese algo diferente y no se limitasen exclusivamente a copiar el guión (impecable) de esta. Pero ahora es tiempo de disfrutar de esta pequeña delicia que, por si misma, es un engranaje perfecto al que pocas o ninguna modificación o nuevas versiones necesita. Lo que si necesita el género es más películas como esta, que se toman en serio a sí mismas y lo que cuentan y que son un disfrute en todos los aspectos lejos de superhombres y adolescentes saturados de hormonas.


Podéis leer el primer capítulo de Déjame entrar aquí.

Reflexiones y Citas "Extraordinarias"

"En mi opinión, la fantasía polaca respeta más al lector: el mejor ejemplo es que nunca escribimos sagas interminables, como hacen los americanos únicamente para seguir sacando dinero. El hecho es que los americanos empiezan a leer en la universidad y los europeos a edades mucho más tempranas (nueve o diez años). Los autores saben eso y tratan al lector según esta diferencia."
Andrzej Sapkowski para El Mundo, Noviembre 2002.

8 de mayo de 2009

-Superman: Hijo Rojo de Mark Millar y Dave Johnson- Una Distopía Superheroica-


"¡Ciudadanos! Saludad todos a nuestro camarada de acero
¡y la utopía del obrero!"

Superman es un icono que ha trascendido el mundo del cómic para convertirse en una idea, en un concepto y una paradoja de lo que representa nuestra propia humanidad y hacía donde se dirige. De ello se pueden desprender mil lecturas diferentes e interpretaciones según la perspectiva desde la cual se mire. Superman, como los dioses de la antigüedad, dice mucho de nosotros mismos y, en ocasiones, algunas obras saben ver este potencial metafórico y se sirven de todo él para, más allá de entretenernos, hacernos pensar. Superman: Hijo Rojo es una de esas historias. La premisa de Mark Millar, un "what if" que plantea la posibilidad de un Superman que en vez de defender el ideal estadounidense, su way of life y su capitalismo, fuese el abanderado comunista de la antigua Unión Sovietica, es una idea que no cae en saco roto ni resulta gratuita como muchas veces ha ocurrido con historias parecidas. Publicada en 2003, bajo el sello de DC Elseworlds, pronto se ha hecho un hueco en el imaginario del personaje y en el catalogo de las mejores historias publicadas del mismo.

Superman: Hijo Rojo se sitúa en los años 50 durante la denominada Guerra Fría. Un marco recurrente para contar historias "con mensaje" sobre superhéroes desde que Alan Moore y David Gibbons lo pusiesen de moda en su Watchmen. La mención no es tampoco gratuita. Superman: Hijo Rojo bebe mucho de las ideas planteadas por el mago de Northampton en su obra magna y pequeños "huecos" que en ella pudo ver Mark Millar. El Superman que retrata Mark Millar en esta obra juega un papel muy parecido al que el Dr. Manhattan jugaba en Watchmen, compartiendo su configuración casi divina, salvo por un principio crucial: el Superman de Mark Millar se implica en su idea de humanidad, de forma directa, y se siente en la necesidad de formar parte de esta al contrario que ocurría con el Dr. Manhattan de Alan Moore que se sentía alieno a todo lo humano. Mark Millar, de esta manera, como ya hiciese Alan Moore, nos explica como podría cambiar el mundo bajo la acción de un sujeto con poderes más allá de lo concebible.

En el otro lado de la ecuación, Lex Luthor, el archienemigo recurrente de Superman, se presenta aquí como un humanista y benefactor de la raza humana. Una visión del villano que ya se ha plasmado en obras como Lex Luthor: Hombre de Acero de Brian Azzarello donde este indagaba en la mentalidad de este personaje a la vez que se servía de un fino simbolismo superhéroico. El Lex Luthor de Mark Millar, siguiendo ligeramente este planteamiento, se presenta, cual Ozymandias, como el hombre más inteligente del mundo. Un personaje que vive para resolver problemas y que ve a Superman como "tan solo otro problema." Lex Luthor es el representante de unos Estados Unidos que, sin la sombra de Superman, languidece bajo el peso de su sistema capitalista mientras el ideal comunista representado ahora por un superhombre, Superman, se va imponiendo por el mundo entero. Como el propio Stalin llega a decir en algún momento del cómic a Superman le habían criado para creer en lo que el dictador representa y "hacer que Rusia se sienta tan idestructible como él". Stalin consigue así algo más que un símbolo: un ideal viviente.

Superman acaba convirtiendo en real la utopía obrera pese a que el cómic juega también con la idea opuesta: por su propia esencia Superman es la prueba real de que todos los hombres no son creados iguales y, por tanto, la corrupción de la doctrina marxista. Bajo el liderazgo de Superman la utopía se consolida: no existe el dolor, no existe el crimen, no ocurren accidentes y no hay hambre en el mundo. Pasamos de una revisión histórica a un marco de auténtica novela de ciencia-ficción distópica, que se asienta ahora en los años 70, muy en la línea de Un Mundo Feliz de Aldous Huxley y no tanto del 1984 de George Orwell ya que Superman no impone sus ideas a través de la violencia -a pesar de actuar como un "tangible" Gran Hermano dispuesto a "reconviertir" a los contrarios a su gobierno- sino que espera que sean las ideas y las palabras las que cambien el mundo. Superman no sabe ver que es su propia presencia y sus acciones superheroicas las que marcan el devenir del planeta. Los intentos de Lex Luthor de romper con todo ello, de aspirar a que lo humano contruya su propio camino, caerán en saco roto una y otra vez ante un símbolo tan potente como el que Superman representa. Ante un hombre uniformado "más efectivo que nuestra bomba de hidrógeno".


"¿Quién te crees que eres, volando por ahí y vistiendo nuestra bandera? ¿Cómo pueden considerarte un símbolo de todo en lo que creemos si ni siquiera eres de este planeta? Eres lo contrario de la doctrina marxista, Superman. La prueba viviente de que no todos los hombres son creados iguales."

Pyotr Roslov a Superman



"Les ofrecía una utopía, pero luchaban por su derecho a vivir en el infierno"
llegará a decir Superman incapaz de comprender la mentalidad humana. Y no hay más fiel reflejo de ello que la lucha que mantendrá con la peor de sus némesis en este cómic: Batman (otro personaje con un gran potencial simbólico). Aquí Batman, al contrario que en las encarnaciones tradicionales del personaje, es incapaz de diferenciar entre justicia y venganza y es esta la única que le mueve en todo momento. Batman lucha contra el régimen de Superman que se consolidó durante el gobierno de Stalin, durante el cual sus padres fueron asesinados por oponerse a este, y que se caracterizó por sus desmanes y represión. Batman se sirve del terrorismo, de la anarquía y el caos como armas para quebrar al tirano que ve en Superman, que no sólo legitimiza a Stalin sino que le supera, y que trata a las personas según él como juguetes o mascotas. La lucha de Batman, aún después de la muerte, se convertirá en un símbolo, "en el lado oscuro del sueño soviético", tan poderoso como el de la propia utopía de Superman que, no obstante, sólo se quebrará cuando la propia fé de Superman lo haga.

Mark Millar es lo suficientemente hábil para contar una historia atípica, donde predominan los grises, superponiéndose a la tentación de hacer un alegato anti-comunista o ensalzar a un bando en detrimento de otro. No es fácil diferenciar quién realmente tiene la razón o quién es el villano en Superman: Hijo Rojo. El autor intenta situarse en un interesante punto intermedio a pesar de ser Superman el propio narrador de la historia en gran parte de los momentos más cruciales. El hecho de servirse de figuras históricas (curioso, por ejemplo, ese J.F.Kennedy desprovisto de su actual aura idealizada) o de hechos reales (incluídas "leyendas urbanas" como la de Roswell) junto a los cameos, bien pensados todos, de muchos de los personajes habituales de la DC conforman un aliciente a la lectura que la lleva un poco más allá del entretenimiento más simple. Podemos encontrar, de esta manera, a Jimmy Olsen como agente del gobierno de los Estados Unidos, a Louis Lane que aquí resulta ser la mujer de Lex Luthor, a Flecha Verde trabajando en el Daily Planet (que representa el papel de un Clark Kent ausente en esta historia por motivos obvios) o villanos como Brainiac o el mencionado Lex Luthor así como muchos otros además de guiños a la propia historia de Superman como La Ciudad Embotellada de Kandor que aquí resulta ser La Ciudad Embotellada de Stalingrado.

La estructura del cómic se divide en tres partes con los llamativos nombres de: El Amanecer del Hijo Rojo centrada en presentarnos a Superman y su relación con el mundo de los años 50, El Apogeo del Hijo Rojo en la que se nos relata -ya en los años 70- la llegada de Superman al poder y su insistente persecución de la utopía y, como no, El Ocaso del Hijo Rojo, a partir del año 2000, donde asistimos a la caída de un ideal y lo que ocurre a raíz de ello. Destaca también el final (o finales) ideado por Mark Millar, que parte al parecer de una idea de Grant Morrison, pretendidamente optimista, que resulta en toda una paradoja futurista muy propia de la ciencia-ficción y de las fábulas políticas. El dibujo de Dave Johnson y Killiam Plunkett quizá no sea lo mejor del cómic pero es agradable a la vista y consiguen meternos en situación sin desmerecer a la obra en ningún momento. Por lo demás, Superman: Hijo Rojo, es una opción muy interesante para adentrarse en el mundo de Superman o poder ver a este desde otra óptica diferente aunque, sobre todo, para darnos cuenta de la capacidad simbólica y mitológica de unos de los personajes más icónicos del siglo XX.

"Me llamaron soldado, pero esa no era la verdad. Yo jamás fui un soldado. Un soldado siempre sigue órdenes. Un soldado conoce y odia a su enemigo. Un soldado sólo lucha y muere por su propio pueblo... Yo sólo luchaba por lo que era correcto"

Superman

Kimagure Orange Road de Izumi Matsumoto



Kimagure Orange Road (きまぐれ オレンジ ロ-ド), manga que muchos quizá conozcan más por la antigua serie de televisión conocida como Johnny y sus amigos, es una historia de culto ideada por Izumi Matsumoto que se comenzó a publicar en 1984 en la revista Shonen Jump y cuya andadura se prolongó hasta 1988. En manga derivó en la mencionada serie de televisión, en dos películas y un buen puñado de OVAs. Inluso tiempo después el mismo Izumi Matsumoto se atrevió a escribir tres novelas que continuaban la historia de sus personajes. Se puede decir que el autor ha sabido rentabilizar bien el éxito de su obra.

Kimagure Orange Road cuenta la historia de Kyosuke (el mítico Johnny), un chico tímido, torpe y del montón (y algo tonto podriamos añadir) salvo por el hecho de que al igual que el resto de su familia, su padre y sus hermanas, tiene poderes especiales tales como la capacidad para tener sueños premonitorios, mover objetos con la mente, o de utilizar la autohinopsis o la teletransportación. Algunos mientros de su familia hacen gala de otros poderes tales como la capacidad para leer el pensamiento o de cambiar su cuerpo con el de otras personas. La acción comienza cuando el mismo día después de haberse mudado a una nueva ciudad conoce a una chica, Madoka (Sabrina), de la que se enamora y con la que se reencuentra posteriormente en el instituto donde también conoce a Hikaru (Rosita), amiga de Madoka, que se enamora a su vez de él. Kyosuke tendrá que intentar pasar desapercibido para que nadie descubra sus poderes mientras intenta conquistar a Madoka sin romperle el corazón a Hikaru.



¿Y qué tiene Kimagure Orange Road para haberse convertido en una serie de culto? Kimagure Orange Road es una de esas series que parece que nunca avanzan. Que se deleita con situaciones quotidianas y que se sirve del humor y de las situaciones de enredo para crear un producto ligero de puro entretenido. Ese tipo de historia donde el protagonista se mete, capítulo tras capítulo, en los más variopintos lios y que en ocasiones sientes la necesidad de gritarle lo idiota que es por generar problemas allí donde no los hay. Ese tipo de manga repetitivo, que sigue una vez y otra el mismo esquema. A saber: la tyrama empieza con una situación de tensión previa, la chica se enfada con el protagonista lo que conlleva que este se intente justificar y explicar dando pie a más situaciones liosas que desembocan en una conversación entre los personajes donde abren lo justo sus corazones para que todo quede en nada pero no lo suficiente como para no declararse y acabar de una vez por todas con el paripé. Ese tipo de producto es el que encontraréis en Kimagure Orange Road y lejos de ser estos sus defectos no son más que sus virtudes pues es una historia que lo único que pretende es hacernos pasar un buen rato.

Glénat ha comenzado a publicar esta serie hace unos meses, tanto en catalán como en castellano, que tendrá un total de 10 tomos a un precio de 9,95 €. En función del número de páginas el manga sale bastante rentable a pesar de la acostumbrada sencillez de las ediciones de esta editorial. La obra se incluye en su línea Shonen Manga a pesar de qué Kimagure Orange Road tiene más bien, en mi opinión, categoría de Shojo, ya que si exceptuamos el hecho de que el protagonista sea masculino se puede decir que cumple todos los requisitos. La originalidad en este caso son, desde luego, los poderes de los que hace gana Kyosuke que, no obstante, en casi ningún momento se convierten en el centro de la trama y sólo se utilizan para crear situaciones humorísticas. Un producto agradable de lectura con un dibujo ochentero algo pasado de moda pero que mejora tomo a tomo como suele ocurrir en estas ocasiones una vez el autor le ha cogido el pulso a sus personajes. Un producto que calará sobre todo entre los nostálgicos de la serie de televisión como ya ocurrió con la publicación, también por parte de Glénat, de la mítica Musculman.